¿Alguna vez sentiste que diste todo… y aun así no fue suficiente para que te reconozcan?
Este artículo no busca darte respuestas, sino hacerte recordar tu valor cuando el mundo parece haberlo olvidado.
Nota desde mi corazón:
Esto que comparto no es una fórmula mágica, ni la única forma de atravesar estas emociones. Hablo desde mi experiencia como hija, como mujer, como, trabajadora, como alguien que ha vivido el dolor de no sentirse reconocida. Me he sostenido en herramientas, procesos, personas, mentores, profesionales y aprendizajes que me han acompañado. Hoy elijo compartirlo, no como verdad absoluta, sino como una antorcha encendida que quizás pueda iluminar tu propio camino.
Cuando das todo… y parece que no es suficiente
Hay momentos en los que lo has dado todo: tiempo, energía, creatividad, corazón. Y, aun así, nadie dice gracias, nadie aplaude, nadie reconoce todo lo que hiciste para que algo funcione, se sostenga o brille.
Y ahí duele.
No porque estés buscando competir o compararte, sino porque es humano querer ser reconocido y valorado.
Esperamos que alguien diga: “¡Qué bien lo hiciste!”
Desde pequeños aprendemos a medir nuestro valor por las respuestas externas: el gesto de mamá, el orgullo de papá, la nota del maestro, la felicitación en el trabajo, la mirada del jefe, el premio, el abrazo, el gracias de la pareja.
Y cuando eso no llega, una voz interna empieza a susurrar: “Tal vez no lo hice tan bien. Tal vez no valgo tanto como pensaba.”
Esa voz, si no se cuestiona, se convierte en un eco que guía nuestras decisiones. Y es justo ahí donde comenzamos a vivir con el deseo constante de ser validados.
Esto se manifiesta en muchos planos:
- En lo familiar: Cuando mamá no te dijo “estoy orgullosa de ti” o cuando das todo por tus hijos o tu pareja, y nadie lo menciona.
- En lo profesional: Cuando lideras un proyecto, sostienes un equipo o creas algo desde el alma… y nadie lo destaca.
- En lo personal: Cuando sostienes tu mundo emocional, tus procesos, tus luchas, y nadie lo nota.
Y entonces aparece esa pregunta: ¿Alguien ve todo lo que cargo, todo lo que soy, todo lo que he logrado?
No es comparación. No es victimismo. Es humanidad.
No se trata de hacerse la víctima ni de competir con nadie. Lo que sí, es inevitable mirar al lado y preguntarse por qué, a veces, otros son más visibles, más reconocidos, más celebrados.
Y eso no te hace menos consciente. Te hace honesta. Real. Humana. La clave está en no quedarte atrapada allí. En recordar que la validación más poderosa no viene de afuera, sino desde adentro.
Lo que he aprendido en mi propio camino
Yo también he sentido ese silencio. He llorado canciones que abren heridas. He sentido rabia, tristeza y una sensación de injusticia que se mete hasta el cuerpo y también he comprobado que, cuando me reconozco desde adentro, todo cambia:
- No necesito mendigar espacio, lo creo.
- No compito, simplemente brillo desde mi verdad.
- No me abandono, me abrazo.
Y cuando eso ocurre, algo mágico pasa: los demás empiezan a notarlo también.
Pero hay algo más que he comprendido con los años: no basta con accionar. También hay que comunicar.
Porque si haces un trabajo transformador, una experiencia memorable, un espacio de impacto profundo… y no lo compartes, no lo nombras, no lo haces visible, entonces también estás contribuyendo —sin querer— a tu propia invisibilidad.
El reconocimiento interno es la raíz, pero la comunicación es el puente.
Mostrar, verbalizar y decir lo que haces no es presumir. Es permitir que el mundo vea lo que puedes ofrecer, lo que transformas, lo que dejas sembrado en otros.
Y no, no se trata de alimentar el ego ni caer en el yoísmo. Eso es otro extremo. Se trata de compartir desde la consciencia, no desde la vanidad. De hablar con verdad, no con superioridad. De permitir que tu historia inspire, no impresione.
Porque lo que no se comunica, no existe. Y lo que se comparte con propósito, puede convertirse en guía para otros.
Ejercicio para volver a verte
Te invito a hacer este ejercicio sencillo, pero profundamente revelador:
- Busca un lugar tranquilo y escribe en una hoja:
– Tres cosas que hiciste esta semana que nadie te reconoció.
– Cómo te sentiste al respecto.
– Qué te dirías hoy si fueras tu mejor amiga. - Luego, pregúntate: ¿Lo comuniqué? ¿Lo compartí? ¿Mostré lo que esto significó para mí o para otros?
- Puedes cerrar con esta afirmación:
“Hoy me reconozco. Me celebro. Me perdono. Mi valor no depende de que me escojan. Yo soy un ser extraordinario y maravilloso”
El mundo necesita menos listas de premios y más personas que se miren al espejo con amor.
No esperes a que alguien diga tu nombre para validar lo que ya sabes. Estás aquí porque tu existencia ya es un regalo.
Que este texto sea un espejo y que, al leerlo, puedas recordar lo que ya eres, aunque a veces el mundo no lo diga.
Luz Colina