He vivido de cerca lo que pasa cuando se trata el bienestar como una prioridad… y también cuando se lo ve como un
simple pendiente por cumplir.
Cuando el bienestar se improvisa, se siente.
Llevo años facilitando espacios de bienestar a través de la risa, y he visto de todo.
Empresas que te buscan con tiempo, con intención clara y con la convicción de que una experiencia transformadora puede elevar el ánimo, la confianza y la conexión entre su equipo.
Y otras que simplemente necesitan “llenar un espacio” o hacer “algo diferente” porque el calendario lo dice. No es raro que, en algunas de esas ocasiones, lleguen propuestas de último momento, con presupuestos recortados o sin claridad sobre el público ni el propósito del encuentro. Cuando eso ocurre, el resultado suele ser el mismo: un espacio débil, disperso, sin impacto emocional real.
El problema no es cuánto se invierte… sino cómo se decide hacerlo.
Muchas veces se confunde el bienestar con entretenimiento. Y a quienes trabajamos con herramientas como la risa, el juego o la expresión, nos ven como una nota simpática en la agenda. Mi trabajo no es animar. Es acompañar procesos reales de conexión, empoderamiento y cuidado.
Eso requiere presencia, estructura y un entorno que lo valore. Ahí es donde se nota la diferencia entre una empresa que simplemente “cumple” con una fecha especial, y otra que construye una cultura de bienestar.
Lo que sucede cuando la intención es clara
En una de mis experiencias más gratificantes, fui invitada a facilitar un espacio de bienestar en una organización que no solo valoró lo que hago… sino que lo demostró desde el primer contacto.
- Me solicitaron una propuesta formal.
- Me presentaron una contrapropuesta clara, estructurada y con respeto por el
proceso. - Me dieron espacio para aportar lo mejor de mi experiencia.
- Y me ofrecieron una compensación justa, con total confianza en el valor que mi trabajo representaba para su equipo.
Todo esto generó una experiencia poderosa: más de 200 colaboradores, reunidos para conectar con su bienestar riendo. El resultado fue emocional, profundo, humano. Cuando una organización confía en ti y te trata con respeto, eso se transmite en lo que entregas.
¿Por qué esto importa?
Porque no se trata solo de mí.
Se trata de entender que el bienestar no es un evento decorativo. Es una decisión cultural. Y esa decisión comienza por cómo tratas a quienes llegan a facilitarlo.
Cuando inviertes con intención, la gente lo siente.
Cuando planificas con propósito, el espacio se transforma.
Cuando valoras a quienes acompañan a tu equipo, todos ganan.
Reflexión final
He aprendido a decir que no a propuestas que no resuenan con mi propósito.
Y he aprendido también a honrar a las organizaciones que ven el bienestar como lo que realmente es: una inversión emocional, estratégica y profundamente humana.
Si tú también crees en el poder de crear experiencias significativas para tu equipo, aquí estoy.
Hablemos. Con tiempo, con intención… y con propósito.
Luz Colina